Amor.

 DISCLAIMER: Esta es una historia +18. Hay sexo explícito, sadomasoquismo, violencia, canibalismo y se trata la homosexualidad como una enfermedad (debido a la época en la que está ambientado el relato): Por supuesto, la autora sabe QUE NO LO ES, y ella misma pertenece al colectivo.


El día en el que se conocieron llovía a mares. Marçel aguardaba en el soportal de la biblioteca a que escampara y evitar que los libros se empapasen. Observaba la calle vacía, excepto por algún viandante que, resguardado por su paraguas, apuraba el paso. Se hallaba perdido en sus pensamientos cuando alguien lo empujó desde atrás. Sorprendido, se giró hacia el desconocido.

¡Ah! ―exclamó un muchacho moreno, apretando contra su pecho un pesado tomo― ¡Perdón! Debí ser cuidadoso al salir.

Es culpa mía ―dijo Marçel mientras recolocaba los libros. Algunos se habían caído. El joven se agachó para ayudarlo a recogerlos. ―No tendría que quedarme parado delante de la puerta.

No pasa nada. ―Le entregó el último libro con una sonrisa―. Por cierto, me llamo Joel.

Yo soy Marçel ―dijo levantándose y ofreciéndole la mano. Joel se la estrechó con firmeza.

¿Quieres que te lleve a algún lado? Tengo paraguas. ―Movió la cabeza hacia el objeto para dejar constancia de sus palabras.

Marçel lo valoró durante unos segundos que a Joel se le antojaron eternos.

No tiendo a acompañar desconocidos ―dijo al fin.

Bueno, es lo menos que puedo hacer después de arrollarte con mi brusca salida.

Parecía que tuvieses prisa, o huyeses de algo ―Marçel era cauto. No se fiaba de aquellos que mostraban tal cortesía sin pedir nada a cambio.

Deseaba llegar a tiempo al Café Literario para escuchar las opiniones de Riquer sobre los nuevos poetas ―sacó su reloj de bolsillo―, pero creo que llego tarde ―dijo mirando a Marçel con su amplia sonrisa.

Bueno… ―Dudó, pero el lugar era público, así que eso le infundió seguridad. ―Te acompaño. Si ya ha terminado la tertulia, podemos tomarnos un café y charlar.

Existía un ínfimo número de temas que le interesaban a Marçel y uno de ellos era la literatura, como atestiguaban todos los ejemplares que llevaba en brazos. Además, actualmente, se podía prever un conflicto literario entre los que abogaban por el continuismo de la corriente Modernista, aún en boga, y esos llamados “nuevos artistas” que solo creaban caos y ruido para llamar la atención. Se preguntaba hacia qué lado se decantaba su nuevo conocido.

¡Genial! Pero… ¿estás seguro? ―Lo observó con suspicacia y una pizca de burla. ―No me gustaría que lo hicieses por pena.

En absoluto. Me apasionan los debates. No te acompaño por hacerte un favor.

Nunca te he visto por el Literario…. ―dijo mientras lo escudriñaba. Joel no disimulaba lo más mínimo su interés por Marçel.

No suelo salir de casa si no es para venir a la biblioteca o para trabajar. La verdad, no me gusta mucho la gente.

Joel soltó una risa divertida.

Espero que hagas una excepción conmigo. ¿Vamos? ―El joven le ofreció su brazo para que se pudiese resguardar mejor bajo el paraguas.

Al llegar al Café, descubrieron que Riquer y los demás escritores estaban en pleno debate. Resultaba imposible encontrar una mesa cerca de ellos, pues la mayoría de los asistentes los jueves al Literario lo hacían para escuchar a los escritores de renombre. Y ahora más que nunca, con esos nuevos poetas autodenominados Vanguardistas. Encontraron sitio libre al fondo y pidieron café.

Siento que no puedas escuchar a los Modernistas echar pestes de los mal llamados poetas por mi culpa ―Marçel bebió un sorbo de su taza.

No te preocupes. Vendré la semana que viene. Me gusta estar al tanto de las novedades en literatura.

¿Acaso apoyas a esos… cómo se llaman….?

¿Los Dadá? ―Joel rio. A Marçel empezaba a gustarle ese sonido.

Son divertidos, pero dudo que se le pueda llamar literatura a lo que hacen.

Volvió a beber con satisfacción. Había algo en el chico que le gustaba mucho. Era sincero, impulsivo y no parecían importarle las reglas sociales. Para un misántropo solitario como él, resultaba un soplo de aire fresco.

Dime, Joel, ¿cómo te ganas la vida?

Soy estudiante de Filología en la Universidad. Escribo pequeños relatos que me compran algunas revistas para poder pagarme los estudios y una habitación.

Me abruma tu sinceridad para con un desconocido como yo. Podría tener malas intenciones.

El joven sonrió, iluminándosele el rostro. A Marçel se le antojó un ángel descendido del mismo reino celestial.

Nos hemos presentado. Además, si fueses persona de malas costumbres no te interesaría la literatura. No tengo dinero ni posesiones. ―Se encogió de hombros y detuvo su cháchara un corto momento para encauzar el tema de conversación― ¿Y tú? ¿Qué opinas de los Dadá? Me da la sensación que no son de tu gusto.

Supones bien. Me parecen niños rebeldes intentando enfadar a sus mayores.

Tienen algunas cosas interesantes, pero es cierto que no son más que juegos ―dejó la taza vacía sobre la mesa―, eso sí, de gran ingenio.

Marçel torció el gesto al escucharlo.

Lo dudo muchísimo, pero no lo voy a asegurar sin haber leído lo suficiente de esas Vanguardias. ―Observó su reloj. Ya pasaban de las ocho y media. ―Me tengo que ir, pero me gustaría seguir hablando contigo. ―Sacó un papel en blanco y una estilográfica y escribió algo con una caligrafía perfecta. ―Toma. ―Le alargó el papel al chico. ―Aquí tienes mi dirección. Pásate por mi casa mañana después de clase y podremos continuar con nuestra charla. ―Lo miró intensamente. ―Si puedes, por supuesto. No me gustaría alejarte de alguna actividad tan interesante como la que te has perdido hoy por mi causa.

Joel miró el papel unos segundos, antes de guardárselo en el bolsillo con una media sonrisa. Finalmente levantó los ojos y los clavó en Marçel.

Iré, Marçel, tenlo por seguro.


***

Joel estaba nervioso. Nunca había acudido a la casa de alguien que acababa de conocer, pero no podía evitar sentir cierta atracción por aquel hombre. No eran solo sus facciones perfectas, cabello trigueño y ojos acerados, sino ese je-ne-sais-quoi que transmitía. Estaba claro que era unos años mayor que él, aunque se le había olvidado preguntar en qué trabajaba. Realmente, ¿qué sabía de Marçel? Solo que le gustaba la literatura y despreciaba a los nuevos poetas.

No se había dado cuenta de que, mientras cavilaba, había llegado a la dirección donde residía su nuevo conocido. Observó el edificio de arriba abajo. Estaba en la calle Diagonal, una de las principales de la ciudad y en la cual los arquitectos más importantes de la época habían construido auténticas obras de arte. Se quedó boquiabierto y, sin acabar de creérselo, volvió a leer el papel.

Aquello pareció disipar toda duda que aún pudiese tener y avanzó hasta el portal. Un hombre que portaba una chaqueta de doble abotonadura lo observó fijamente.

¿Desea algo?

¡Sí! ―exclamó el muchacho con entusiasmo, sin poder evitarlo. De repente de percató de que desconocía cualquier dato sobre él, exceptuando el nombre― He sido invitado por Don Marçel.

¿Usted? ―El portero lo repasó con la mirada. ―¿Sabe qué piso es?

¡Claro! ―Volvió a sacar el papel y se lo mostró al hombre. ―Es el piso tercero derecha.

El portero abrió sin decir nada más y se hizo a un lado para dejar pasar al chico.

Las escaleras sinuosas ascendían mediante una media curva hasta el primer andar. En cada uno destacaban dos hermosas puertas de madera con filigranas talladas. Joel nunca había estado en un edificio como aquel y, embobado, intentaba no perderse detalle: el pasamanos, las paredes, el techo, las lámparas… Todo lo fascinaba.

Subió con parsimonia cada escalón hasta el tercer piso. La puerta era idéntica a las demás. Llamó e inmediatamente apareció Marçel, como si estuviese aguardando tras el dintel. El joven dio un paso atrás, sorprendido.

Pasa, Joel.

Marçel se hizo a un lado para permitir acceder al muchacho y realizó un gesto de bienvenida con la mano.

El estudiante avanzó con lentitud. Observó a Marçel. Su hermoso cabello estaba atado, aunque se le escapaban algunos mechones que caían por sus hombros anchos. Vestía una camisa blanca de cuello alto, pero desabotonada hasta el inicio del pecho y sin el chaleco habitual. La llevaba metida bajo unos pantalones de paño marrón claro. Joel no pudo evitar que su vista se dirigiese a su entrepierna. No parecía excitado, pero, sin duda, estaba bien dotado. Al imaginarse los encantos que se podían suponer bajo su vestimenta, sus mejillas se tornaron carmesí y comenzó a sentir calor.

¿Tienes sed? ―preguntó Marçel― Se te ve muy acalorado.

Sí. Es una tarde calurosa ―se excusó.

Sígueme.

Lo siguió sin apartar la vista de sus glúteos, marcados por el pantalón a cada paso que daba. Debido a ello, Joel no pudo ver los originales de Monet, Toulouse-Lautrec o Wyspianski, entre otros, que colgaban en las paredes, ni los muebles tallados en madera con una exquisitez sublime.

Llegaron a una salita de amplios ventanales cubiertos con cortinas bermellón que dejaban pasar una luz cálida. Una Tiffany descansaba sobre una mesita con diversos libros, al lado de un sillón marronáceo. Frente a él, se encontraba otra mesa, más baja, de madera y cristales de colores que formaban extrañas figuras geométricas. Las paredes estaban cubiertas de librerías, en las que no cabía ni un ejemplar más. Joel observó el techo. Era alto y de él colgaba otra Tiffany. En el suelo, de madera noble, descansaba una hermosísima alfombra rojiza de aspecto oriental. El chico no dudó ni por un segundo que se encontraba en el lugar especial de Marçel, su biblioteca personal.

Siéntate ―Señaló el sofá. ―¿Qué quieres beber?

El joven obedeció la orden, sin ser capaz de resistirse.

Un poco de agua está bien.

Nada más escucharlo, Marçel desapareció de la estancia.

Joel aguardó sentado, sin dejar de observar a su alrededor. Le gustaría ver los libros de la estantería, pero temía desobedecer a Marçel. Al poco, este llegó con un vaso de agua y otro de té especiado. Colocó posavasos y los dejó sobre ellos.

Muchas gracias.

Bebió el agua casi sin respirar, en un intento de aplacar sus nervios.

¿Quieres más?

No, está bien así ―dijo, bajando la cabeza. Temía que el hombre se percatase de su excitación.

No es habitual en mí que permita a un extraño entrar en mi casa, pero hay algo en ti que me llamó poderosísimamente la atención. ―Escudriñaba al chico como si quisiese ver su alma. ―Pareces un estudiante más, enérgico y con opiniones asentadas. No obstante, puedo ver en ti algo especial. Creo que somos iguales.

Joel levantó los ojos del suelo y observó a Marçel fijamente. La mirada acerada del hombre parecía traspasarlo ¿A qué se refería con iguales? ¿Podría ser a la atracción que sentía hacia su mismo género, o bien a otra cosa que guardaba en lo más profundo de su corazón?

Marçel, ¿a qué te dedicas? Yo te he dicho que soy estudiante, pero no sé nada sobre ti más allá de lo rico que pareces por el lugar en el que vives.

No soy rico. Soy periodista para La Publicidad, uno de los nuevos periódicos que intentan oponerse a la política del Diari de Barcelona.

Un periodista al que le gusta la literatura y las lámparas Tiffany ―Joel sonrió.

Comentaste que me enseñarías algunas de las composiciones más ingeniosas de los Dadá.

El joven abrió su bolsa cruzada y rebuscó en ella hasta sacar unas copias y colocarlas sobre la mesa. Entre ellas destacaba un soneto con signos matemáticos. Marçel recogió la hoja y la observó mientras fruncía el ceño.

¿Ves la grandiosidad de ese poema? ―preguntó Joel, emocionado.

Mantiene la forma, pero carece de significado. Ya veo. Muy original. ―El tono empleado parecía contradecir sus palabras. Dejó ese papel y prestó atención a otro.

Eso es un cadáver exquisito. Cada uno escribe unos versos y el siguiente solo puede ver el último verso escrito para continuar.

Eso demuestra su carencia de significado como un todo.

El periodista seguía leyendo el cadáver exquisito, pero Joel se atrevió a interrumpir su lectura.

Oye Marçel ¿qué has querido decir con que somos iguales?

Levantó la vista de la copia y observó al chico con detenimiento. Volvió a enrojecer bajo la mirada del hombre.

Sé que te atraigo. Lo pude notar al poco de conocerte. La gente como nosotros… bueno, ya sabes, al igual que yo.

No puedo decir que no sea cierto lo que dices. ―Esta vez Joel le sostuvo la mirada.

No has apartado tu vista de mi entrepierna en prácticamente ningún momento. Y cuando lo has hecho ha sido para observar mi pecho. ―Marçel mantenía el mismo tono serio en su voz y en su gesto. Parecía que solo tuviese sentimientos para la literatura.

Joel veía una persona muy diferente al hombre con el que había estado hablando sobre los poetas la tarde anterior. Ahora era más sensual que intelectual. Estaba seguro de que nunca había conocido a alguien como él.

Se removió, incómodo, en el sofá.

¿Cómo lo has sabido?

Le pareció observar un amago de sonrisa en el rostro impertérrito del periodista.

Es algo que se nota con los años. ―Se estiró cuán largo era al lado de su invitado. ―Y sé que no me equivoco si afirmo que no tienes experiencia.

Joel enrojeció aún más para diversión de Marçel. Corromper a jóvenes estudiantes era una de sus aficiones preferidas.

Tiene usted razón… más o menos. ―Bajó los ojos al suelo mientras hacía girar el vaso vacío entre sus manos.

¿Ahora me tratas de usted? ―Cada vez se divertía más. ―No te llevo tantos años, chico ¿Y qué significa “más o menos”?

El estudiante continuaba con la cabeza baja.

Que … me he tocado ―dijo en un susurro.

¿Cómo? No lo he escuchado bien.

Digo que… ―Levantó la vista hasta observar directamente los ojos de su interlocutor. ―Me he tocado.

Eso no prueba nada. ―Marçel mantenía su seriedad exterior. No dejaba que se transmitiese el ansia que sentía por desnudar al joven.

Sí cuando lo haces pensando en otros hombres. ―Dejó pasar unos segundos antes de continuar. ―Incluso tocándome atrás.

Marçel no pudo evitar reír brevemente con la sinceridad de Joel.

Lo que cuentan sobre nosotros no es cierto. No estamos enfermos ni precisamos ningún tipo de ayuda psiquiátrica para curarnos. Piensa en Óscar Wilde…

Él es uno de los grandes literatos de este siglo, aunque no se puede negar que es algo… excéntrico.

De la excentricidad a la enfermedad hay una distancia inmensa. ―Cruzó las piernas. ―¿Tú te crees un enfermo?

Se mantuvo en silencio más de lo que le hubiese gustado. La tardanza en la contestación ya lo decía todo.

Sé que lo estoy. Pero a veces me pregunto… ¿qué importa eso si es por amor?

El hombre se acercó a Joel y lo besó suavemente en los labios. Fue un contacto fugaz, casi inexistente, aunque consiguió que el estudiante sintiese electricidad recorriéndole la espina dorsal. Marçel notó el estremecimiento del muchacho y supo que había caído en sus redes.

¿Lo aceptas, pues? ―Le acariciaba con suavidad el rostro mientras hablaban.

Sí. No solo mi… homosexualidad, sino también lo demás. ―Se mantenía muy quieto bajo las cálidas y expertas manos de Marçel. Estaba muy serio.

¿Lo demás?

Sí… ―titubeó antes de seguir―… Me gusta… la cercanía con la persona que amo.

Pensaba que yo sería el primero.

Sí, en el sexo, pero me he enamorado antes.

El periodista creía entender lo que le ocurría a Joel. No podía menos que reírse interiormente ante ese chico que se mostraba tan diferente a lo acostumbrado.

Eres un acosador ¿eh? ―dijo antes de besarlo apasionadamente―. Yo soy un solitario, como puedes ver. Vivo por y para los libros, y en ocasiones escribo sobre política. Al fin y al cabo, todo lo escrito depende de ella de una y otra forma. Y tú… tú eres un encantador estudiante, acosador y homosexual.

Volvió a besarlo sin dejarle opción a réplica, mientras sus manos se mantuvieron en el bulto de sus pantalones, caliente, frotándolo para que creciese aún más. Fue entonces cuando comenzó a desabrochar los botones para dejar salir el miembro del muchacho, quien se mantenía absorto en el beso. Marçel se dio cuenta de que Joel no sabía qué hacer, aunque eso no era un problema para él. Los novatos eran sus preferidos. Lo masturbó brevemente. De continuar, sabía que se correría allí mismo, sobre su sofá. Se levantó y le ofreció la mano. Joel lo miraba desde abajo, con un brillo en los ojos.

Vamos al dormitorio.

Tomó la mano estirada y se dejó ayudar para levantarse. Todo en el periodista lo fascinaba. No solo era inteligente, sino también resuelto, interesante y tremendamente sensual.


***


Marçel lo empujó sobre la cama. Se desnudó con rapidez. Su cuerpo se mostraba hermoso ante unos ojos que, claramente, lo estaban encumbrando. Abrió un cajón y sacó dos cuerdas, de manera que le inmovilizó las manos contra el cabezal de la cama.

El chico seguía absorto como si estuviese admirando una obra de arte y solo se dejaba hacer. Marçel, excitado con el poder que ejercía sobre el muchacho, le abrió la camisa de un tirón y le arrancó los pantalones. Se sentó a horcajadas sobre él y contempló su banquete, relamiéndose en el proceso. La respiración de Joel se aceleró aún más, y Marçel aprovechó para sostener su mirada mientras descendía lentamente sobre su acalorado torso. Sin prisa, comenzó a lamerle los pezones, provocándole los primeros gemidos de placer. Joel echó la cabeza hacia atrás, abandonándose a las atenciones, mientras el hombre continuaba su descenso con la lengua. Deseaba tocarlo, pero las ataduras se lo impedían.

Mordió la cadera del joven, le levantó las piernas y sujetó los pies a las manos con otras dos cuerdas que Joel no sabía de dónde habían salido. Estaba en una posición no muy incómoda, pero sí se sentía expuesto y humillado, la viva imagen de la vulnerabilidad. Tal y como estaba, su Marçel podía ver todo de él. Y eso lo excitaba de una manera como nunca habría imaginado. Irguió su cabeza para observar al periodista y se encontró con sus ojos. Seguía manteniendo una expresión seria. Joel sabía que ese hombre era muy especial, y cada acto que realizaba se lo confirmaba más y más.

Paseó sus dedos por el ano contraído del chico, que reaccionó a las caricias apretándose más. Sin embargo, mostraba una erección más que incipiente.

Voy a necesitar que te relajes un poco ―le dijo sin dejar de mirarle a los ojos.

S… sí, lo que digas.

Joel sabía lo que iba a pasar. Había fantaseado con eso mismo la noche anterior, tras separarse de Marçel en el café. Sin embargo, ahora que estaba a punto de suceder, no podía dejar de sentir cierta vergüenza. A pesar de ello, intentó controlar sus pulsaciones y dejar de pensar. Respiró y se relajó todo lo que pudo en esas circunstancias, centrándose solo en las manos de Marçel. Las había desplazado con lentitud hasta la base de su pene y se recreaba en acariciar todo y nada: un tirón de su vello púbico, un roce en su perineo, un suave agarre en los testículos… Tantas sensaciones lo estaban volviendo loco y un fuerte gemido atravesó su garganta en cuanto Marçel agarró su pene con firmeza, sin desatender todo lo demás. La mano del hombre comenzó un tortuoso y lento vaivén arriba y abajo. Joel no pudo evitar que más sonidos lascivos se escaparan de entre sus labios, a la vez que intentaba mover las caderas para conseguir mayor fricción. Fijó su mirada en Marçel, quien lo observaba con el mismo gesto serio y frío. Este aprovechó para llevar dos dedos a su boca y ensalivarlos, recreándose en ello unos segundos. El joven pensó que se correría al momento con la erótica imagen que le estaba regalando, pero la intromisión de uno de esos dedos en su interior, con fuerza, dio paso al dolor.

Ahora voy a meterte otro ¿de acuerdo?

Marçel no esperó por ninguna contestación e introdujo el índice poco a poco. Jugueteó con los dos en el interior de Joel. El estudiante gemía y se quejaba cuando lo tocaba, saltando la línea entre placer y dolor. Se obligó a relajarse otra vez, centrándose en las sensaciones, y comenzó a disfrutar de verdad. Supo que se iba a correr y se lo comunicó al periodista.

Córrete si quieres, pero esto es solo el comienzo, pequeño ―susurró al oído del chico.

Retiró los dedos mientras Joel se retorcía entre espasmos de placer y, sin mediar palabra, introdujo su pene hasta el fondo de sus entrañas, arrancándole un grito de agonía que contrastaba con los sonidos de gozo que acababa de emitir.

Aguanta, chico. Valorarás esto hasta encontrarlo satisfactorio ―dijo con la respiración entrecortada mientras embestía sin piedad al muchacho.

Los gritos de Joel lo excitaban cada vez más y sabía que si seguía así pronto alcanzaría el clímax. Decidió cambiar el ritmo e ir más lento, intentando llegar a lo más profundo. No quería que la diversión acabase tan rápido.

En uno de sus envites alcanzó una zona sensible y Joel comenzó a gemir de nuevo. Marçel lo sujetó con fuerza por el cabello, atrayendo su cabeza hacia él todo lo que era humanamente posible.

¿Te gusta, pequeño? ¿Aprecias lo que hago por ti?

¡Sí! ¡Ah!― un grito apagado salió de la garganta del estudiante.

¿Te gusta que te tire del pelo? ―Marçel mantenía el ritmo suave de sus caderas.

¡Me encanta! ―consiguió decir entre jadeos el chico.

El hombre supo que Joel se correría de nuevo si seguía así, pero no era eso lo que quería. Deseaba saber si podía llegar al orgasmo con dureza. Volvió a aumentar la velocidad de las embestidas mientras tiraba del cabello del muchacho. Ahora ya estaba completamente dilatado, y no notaba la estrechez del inicio, lo que hizo que se lamentase. Volvió a quejarse, aunque sus lamentos pronto se transformaron en gemidos placenteros. Marçel lo folló con toda la brusquedad de la que era capaz en esa posición y, finalmente, se corrieron juntos. Al parecer al joven le gustaba lo duro. Habría otras oportunidades para comprobar hasta qué punto.

El periodista lo liberó de las cuerdas.

¿Te he hecho daño? ―preguntó. Deseaba escuchar una afirmación.

Nada que no pudiese soportar ―Joel sonrió mientras observaba las marcas en sus muñecas.

Eso está bien. ―Se obligó a calmarse y pensar con claridad, a pesar de sus ganas de agarrar del cuello al joven y volver a penetrarlo. Con paciencia, sería suyo. ―Parecía que disfrutabas.

Así ha sido. ―Los ojos del chico seguían brillantes. Una gran sonrisa iluminaba su rostro. Su expresión era completamente contraria a la de Marçel, quien seguía serio. Aunque por dentro sabía que había encontrado una valiosa joya aún por pulir. Ese chico era el candidato perfecto para sus perversiones.

Tras lavarse y vestirse, se despidieron en la puerta. Joel no pudo evitar darle un larguísimo abrazo que dejó confuso al periodista.

Eres muy diferente a los demás, Marçel. Lo supe ayer al conocerte, pero hoy lo pude constatar. No puedo evitar sentir algo especial por ti.

El hombre sonrió internamente al escucharlo. Si el chico acababa enamorándose, se prestaría con facilidad a cualquier práctica.

Tú eres el especial. Me alegro de haberme olvidado ayer el paraguas en casa.

Joel se separó de la calidez de su cuerpo y Marçel le dio un último beso antes de abrir la puerta para que se fuese.

¿Nos vemos mañana? ―preguntó el estudiante.

Ven a la misma hora de hoy.

La respuesta provocó que su sonrisa aumentase.


***

Continuaron viéndose cada día en la casa de Marçel. Este aprovechaba su influencia sobre Joel para llevarlo un poco más lejos en cada encuentro, aunque el muchacho no parecía disgustado con la idea. Por fin había encontrado un compañero de juegos que pudiese seguirle el ritmo y que disfrutase de verdad. Joel era un masoquista de manual y eso solo conseguía que el periodista se excitase más organizando la siguiente velada. Parecía no tener límites, lo que despertaba el lado más sádico de Marçel. Eran, sin duda, la pareja perfecta.

Joel no parecía preocupado por si alguien se percataba de su relación y los denunciaban. De ocurrir, ambos acabarían en el psiquiátrico y el periodista perdería todo por lo que había luchado: su posición, su casa, su trabajo, su Joel… A veces pensaba que el muchacho era un inconsciente. Hablaba del amor como si pudiese contra cualquier contrariedad. El estudiante era un poeta inocentón, aunque nadie lo diría viéndolo en privado. Marçel conocía los peligros de la sociedad. Por mucho que disfrutase la literatura Decadente, sabía que en la realidad nadie aprobaría una relación como aquella. Por ello mantenía sumo cuidado y nunca se dejaba ver en público con el chico. Lo menos que precisaba ahora eran habladurías, cuando el periódico rival había comenzado una campaña de desprestigio contra La Publicidad.

Todo parecía ir bien, hasta que una mañana se percató de que no era así. Alguien había dejado una nota por debajo de su puerta insinuando su homosexualidad. Eso significaba que esa persona había estado en su edificio y conocía su dirección. Bajó, sin pensarlo un segundo, hasta el recibidor.

Buenos días, Señor Pons ―le dijo el portero al verlo llegar mientras le abría el portal.

Buenos días, Jaume. Quería saber una cosa.

Por supuesto, señor.

¿Ha entrado alguien esta madrugada en el edificio? Alguien ajeno, me refiero.

He estado toda la noche aquí, por lo que puedo asegurarle que no. Solo los vecinos. ―Aún mantenía el portal abierto.

Gracias por la información.

Marçel volvió a subir a su piso dejando atrás a un Jaume sorprendido. Solo cabía una suposición: el autor de la carta era alguien del edificio. Quizás alguno que apoyaba la política conservadora. O quizás no. Era posible que pecase de paranoico y tan solo fuese algún cotilla que se hubiese fijado en las visitas cotidianas de un joven a otro hombre.

Cerró la puerta de su casa y volvió a leer la carta, fijándose en cada trazo y cada letra. La caligrafía le era totalmente desconocida. Tenía que hacer algo. No podía permitir la posibilidad de una denuncia. Esa tarde Joel iría a su encuentro, como era habitual. Si el artífice de todo aquella era un vecino, lo vería subir. Marçel suspiró. Había llegado el momento de deshacerse de Joel, por mucho que le doliese.


***


A la hora habitual sonó el timbre. Al otro lado del dintel estaba el estudiante, con una sonrisa en los labios y los ojos brillantes. El periodista mantenía su expresión de seriedad habitual.

Pasa.

Joel se lanzó a los brazos de Marçel mientras este empujaba la puerta para cerrarla.

Te he echado mucho de menos ―dijo el chico mientras le besaba el cuello con suavidad.

Marçel lo abrazó con fuerza. Deseó morderlo, pero no lo hizo para evitar dejar más pruebas que pudiesen incriminarle. Lo separó, afectuoso.

Pequeño, hay algo que debo decirte.

¿Qué es? ―El estudiante continuaba radiante. Aguardaba que alguna nueva perversión hubiese cruzado por la mente del periodista.

Alguien me ha dejado esta nota.

Se la tendió a Joel, quien la leyó con cuidado una y otra vez. Levantó la mirada de la carta y la posó en el rostro de Marçel. Su expresión había cambiado y ahora mostraba una seriedad semejante a la del hombre.

¿Qué podemos hacer? ¿Sabes quién la dejó?

No lo sé. Pero lo nuestro debe acabar. Es muy peligroso.

El estudiante enmudeció.

Marçel… yo… te adoro ―Las lágrimas no tardaron en aparecer.

Lo sé, pero nos jugamos mucho. Te lo expliqué el primer día.

No puedo vivir sin ti, por favor…. ―Cayó a sus pies y se abrazó a sus piernas. El periodista deseó pisarlo contra el suelo.

Encontrarás un nuevo amante. ―Se obligó a responder.

Y ¿por qué no nos mudamos a otro lugar, otra ciudad? ―Joel seguía mirando el suelo.

Transcurrieron unos segundos de silencio.

Mi trabajo… ―El periodista le tendió la mano y el chico la sujetó con fuerza. ―Vamos, arriba. Tenemos un último día para hablar y divertirnos. ―El joven se dejó levantar. ―¿Qué quieres que hagamos? Hoy te dejo decidir a ti.

Quiero ser uno contigo.

Marçel creyó entenderlo a la perfección.

¿Vamos al dormitorio?

Sí …― Joel titubeó― Ve yendo. Me gustaría ir al servicio primero.


****

Joel se sentía desesperado. Amaba a Marçel con todas sus fuerzas. Sabía que solo tenía una forma para poder continuar juntos, una ya empleada con aquellos que lo habían rechazado en el pasado. Entró en el dormitorio desnudo, escondiendo tras la espalda el cuchillo con el que el periodista lo había marcado tantas veces. Sonreía. Se sentía mucho mejor ahora que la decisión estaba tomada.

Cuánto has tardado―comentó el periodista al escucharlo entrar y se giró. Se había quitado la camisa, aunque mantenía los pantalones. Las cuerdas y un pequeño látigo estaban sobre la cama. Joel se dio cuenta de que había pensado a conciencia su último juego. ―Pareces de mejor humor.

Lo estoy.

Joel se aproximó a él. Antes de que pudiese sujetarlo para iniciar el juego movió el cuchillo con rapidez y cercenó el cuello del hombre, a la altura de la yugular. Marçel se llevó las manos a la garganta, como si intentase evitar que la sangre saliese a borbotones de entre sus dedos. Observaba al estudiante con los ojos muy abiertos y comenzó a caer hacia atrás, hasta dar con el cabezal.

El chico permanecía de pie, mirando la escena, aguardando pacientemente a que el último rastro de vida desapareciese. El periodista seguía consciente y parecía luchar por conseguir aire. Decidió no esperar más. Lo envolvió en la sábana y lo dejó en el suelo del dormitorio. Fue hasta la cocina para buscar cuchillos, recipientes, ollas, una tabla de cortar y cualquier otro artilugio necesario para abrir un cuerpo, limpiarlo y diseccionarlo.

Cuando desplegó la sábana, Marçel ya había fallecido. Cercenó su cabeza y la dejó a un lado. Hizo lo mismo con los miembros. Después se dedicaría a ellos. Con un cuchillo afilado abrió el tronco de arriba hasta abajo. Sabía perfectamente la fuerza que tenía que realizar. Abrió las dos partes tirando con las manos hasta dejar a la vista su caja torácica protegiendo sus órganos, aunque esta función fuese ya totalmente baladí. Tiró del armazón de huesos mientras iba cortando los tendones y músculos que lo mantenían en su sitio. Era una tarea laboriosa y cansada. Una vez retirada, quitó del cuerpo los órganos visibles: pulmones, para lo que tuvo que cortar los bronquios, corazón, hígado, estómago… y comenzó con los intestinos. Después se encargaría de la vesícula, los riñones y el páncreas. Sabía qué partes iba a aprovechar y cuáles a desechar. El ensayo-error se lo había enseñado.

Una vez limpio, despellejó el cuerpo y se dedicó a separar la carne de miembros y tórax. El hígado y los riñones también eran piezas deliciosas. Las demás las tiraría junto con los restos.

Colocó las partes seleccionadas en las ollas, y el resto lo dejó sobre la sábana. Más tarde tendría que limpiar el dormitorio.

Volvió a la cocina y encendió el fuego mientras buscaba los condimentos que Marçel guardaba en su cocina. Realizó un guiso con la carne y preparó los órganos en una deliciosa receta con jerez. El olor le abrió el apetito a Joel.

Ahora, mi amor, formarás parte de mí para siempre. Nadie podrá arrancarte de mi interior por más que lo intenten. Seremos uno por toda la eternidad.

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